En los más de 12 años que llevo trabajando en el sector de la atención al cliente telefónica, he llegado a una serie de conclusiones, algunas muy triviales que he descartado, otras complejas que muchas veces trato de organizar y comprender y otras cuestiones que son máximas basadas en la experiencia, una de estas máximas –que son pocas- es que para la mayor parte de los trabajadores implicados en la operación, no hay otra cosa más importante que el cliente y el agente, sin ellos, sin ese binomio único, no podemos llegar a nada, no podemos crecer como empresa y no podemos ganar dinero, porque como decía a mis equipos, sin este dueto no podemos comer todos los días y pagar nuestras facturas, sucede que paralela a esta conclusión crece otra, otra máxima indudable y desgraciada, y es que a un número considerable de personas no relacionadas con la operación, o no le interesa ese binomio o lo utilizan como excusa para conseguir un objetivo, como si el objetivo fuera el fin en lugar del transitar, porque el caminar hasta la meta debe ser más objetivo que llegar a la meta, lo más importante para algunos es el margen de beneficios o el margen bruto, lo que viene siendo la pela, el dinero, la pastora como dicen en mi tierra, el problema es que lo perentorio de conseguir dinero a toda costa sacrifica atención al cliente, sacrifica excelencia en pos de incrementar ese margen bruto, mirar exclusivamente gráficas olvida a las personas tras el aló telefónico, la mujer o el hombre que toma las llamadas y al que llama, lo que viene siendo la verdad del negocio. Estos señores, algunos, no se dan cuenta que una buena atención al cliente, una excelente atención al cliente, redunda en una satisfacción casi inmediata y por tanto, en una margen bruto mucho más sólido del que podamos imaginar, porque se perpetua en el tiempo, igual no es mucho e inmediato, pero es un beneficio sin mácula, sin vergüenzas y “fidelizante”.
Lo único cierto es que algunas empresas no miran por el cliente, el cliente es un medio para conseguir dinero, el cliente nunca es un fin en sí mismo, lo cual es un error, porque el cliente, el beneficio del cliente es lo único que hace crecer, lo único, un cliente satisfecho es un cliente para toda la vida. Cuando era niño recuerdo las pequeñas tiendas de mi barrio, esas tiendas de comestibles que siempre olían maravillosamente, recuerdo como los clientes eran a su vez amigos del tendero y el margen de beneficios de ese señor no era grande, seguro, pero sus clientes eran para toda la vida, cosa que ahora no sólo las grandes empresas, sino cualquier negocio, no pueden decir.
Y es licito mirar por el dinero, las empresas dicen los mismos no son ONGs, entidades filantrópicas con agujeros en las manos por donde se escapan los billetes, todos estamos por dinero, no sólo las empresas, desde lo más alto a lo más bajo estamos por dinero, pero se puede compatibilizar ambas cosas, se puede buscar un beneficio y una satisfacción del cliente, se puede dar lo mejor al cliente pensando que podemos obtener lo mejor nosotros y ganar dinero, el dinero rápido pronto se va, lo significativo es fidelizar, que nuestros clientes sean como esas señoras de antaño que siempre compraban los garbanzos en la misma tienda.
Hay que invertir en satisfacción, porque quien no invierte en satisfacción compra boletos de mediocridad y la mediocridad siempre tiene la guerra perdida, competir con excelencia gana las partidas.
Si el cliente en lugar de ser un medio es un fin en sí mismo, tendré asegurados beneficios más longevos, le daré lo mejor y nunca querrá irse, si el cliente es un medio sólo trataré de escatimarle y terminará yéndose, insatisfecho o indiferente y lo que es peor contándole a todo el mundo su negativa experiencia con nosotros. Podrán aducir los expertos que no sé de economía y no sería del todo incierto, aunque en casa seamos dos “economistas” para llevar dos hijos adelante o en el trabajo busquemos siempre la perfección para que nuestra empresa vaya bien, tienen razón, no pienso como un inversor de bolsa o un alto ejecutivo, pienso como un gestor de equipos de atención al cliente telefónica que siempre es propenso a cultivar lo mejor para sus clientes, un tipo pequeño que intenta que sus clientes tengan las mejores experiencias con nosotros, con los mejores productos y los mejores servicios, que sean atendidos y resueltos sus motivos-dudas-incidencias resueltas por un equipo de teleoperadores felices, implicados, comprometidos y orientados al usuario. Eso es dinero, estoy convencido.
Pensemos en el cliente y nunca nos equivocaremos.
Hagamos por el cliente lo que queremos que hagan por nosotros.
En este sentido es crucial la visión de la totalidad de la empresa, que todos tengamos la misma visión, que es trascendental invertir en la satisfacción del cliente, conocí a personas que estaban en cargos de despacho que no sólo tenían esta visión sino que fueron “culpables” de inculcarme esta visión, algún jefe directo de allende el atlántico o alguno de esos jefes de cuenta que parecen toscos y son fuentes de conocimiento, en otros casos, ni tenían la visión ni querían tenerla, porque no sabían sentir las llamadas y no les interesaban lo más mínimo los clientes.
Y debemos invertir en satisfacción de una manera ambivalente, del teléfono hacia fuera, ofreciendo los mejores y más competitivos productos, las mejores prestaciones, las herramientas de contacto con nosotros más ágiles –la espera a un cliente siempre le produce insatisfacción, los direccionales automatizados de espera son eternos y lejos de encauzar son una molestia, etc. Y del teléfono hacia dentro, contando con el mejor equipo de agentes, agentes bien tratados contractualmente y en clima laboral perfecto. La experiencia del cliente no sólo se basa en dar cosas, se satisface desde la rapidez y la productividad, no cansar al cliente en gestiones largas y resolver el motivo de su llamada, eso es primordial y esa satisfacción la aportamos los teleoperadores.
Invirtamos en satisfacción, los lobos tienen cabida en el monte en la ciudad no, en las empresas modernas no, invirtamos en satisfacción porque es el único futuro posible y la sensatez impuesta a la inmediatez del mundo de los números.