No hay un jefe bueno –aunque lo sea-, los jefes son como esos indios de los western de los años cuarenta y cincuenta, indios psicóticos empecinados en matar a todos los cowboys de la película y que terminan más mal que bien por deméritos propios y acierto balístico de un Montgomery Clift o un Errol Flynn de turno. El caso es que los jefes, tus jefes, mis jefes, son todos malos, y son malos por una cadena de infinitas razones, desde las más peregrinas a las más consolidadas, aparentemente, todas las que pueda discurrir el transitar cerebral de un hijo de vecino del núcleo de población menos avispado, no parece bueno porque es muy serio, porque me hace trabajar o porque no entiendo lo que dice, curiosamente el mejor, el menos malo, es aquel que me permite hacer cosas que no están en el guion, ese que se salta las normas o el cometido del débito laboral, el que comprende mis faltas no veniales y el que se toma una copa conmigo al concluir la jornada, pero incluso este ejemplar de jefe es menos malo, no es cabalmente bueno, porque siempre tiene ese marchamo de fábrica indeleble que puede convertirlo en malo en el momento menos esperado, no hay jefe bueno ya lo dijo mi primo Venancio que de esas cosas sabe mucho.
Es importante distinguir lo que pensamos de la realidad, lo que ansiamos y promovemos de lo que debemos hacer, y no quiero ser quijote de ese que al asumir el carguito cree ser Virrey de Nueva España. El término bueno o malo es realmente confuso porque no juzga las actitudes o aptitudes, sino que tiene un contenido importante de impresiones, opiniones y en algunos casos desvaríos. La mayor parte de los jefes no son malos desde el punto de vista penal o judicial, tampoco lo son desde el punto de vista ético o laboral, los jefes no van por ahí pegándole a los gatitos, ni maltratando a sus subordinados, por tanto, el concepto ha sido realmente prostituido y queda en muchos casos circunscrito a una serie de situaciones rayanas en la comidilla, el rumor o incluso en el creer, que siempre es dudar.
Para que un jefe sea catalogado como bueno o malo debe mediar siempre el trabajo realizado y los comportamientos que ha tenido con los distintos trabajadores de la empresa, el jefe no es un amigo –puede serlo pero de puertas afuera, distinguiendo claramente la esfera lúdica de la laboral-, el jefe es un trabajador más de la empresa con unas funciones diferentes, en mi caso nunca pretendí que mis jefes fueran mis amigos, me bastaba que tuvieran una serie de virtudes dentro de un marco formal, nunca pretendí que se saltaran las reglas sino que las cumplieran, que fueron justos, que en ellos mediara la equidad y la transparencia, que no mintieran incluso si no podían decir la verdad –porque hay una gran diferencia entre mentir y no decir la verdad-, que me respetaran y qué me premiarán en el caso de merecerlo, al igual que asumiría la reprimenda en el caso de fallar en mi responsabilidad y de manera recíproca yo hacía lo mismo al ser jefe o jefecillo o gerifalte.
Actualmente en nuestra sociedad está mal visto el camino recto, la honradez, porque a ninguno nos gusta que nos digan lo que estamos haciendo mal y claro ese pensamiento infantil es más fuerte que el deber, se prefiere el amiguismo, el contubernio, el enchufe, el clientelismo pero no el mérito, y por ende, aquel que premia la cualidad, se prefiere la incompetencia simpática a la responsabilidad circunspecta, viste más, se prefiere el caer bien al hacer bien y así nos va, porque una persona puede no ser unas castañuelas pero ser un jefe justo, generoso y una persona por el bien de todos, en muchos casos preferimos al comercial que no tiene nada detrás, es una fachada, un anuncio, una portada de libro malo abigarrado en colores, se prefiere a ese que no aporta pero que hace que nos sintamos parte importante de una suerte de discoteca, porque es un relaciones públicas sin par. Y alguno me dirá que es posible ser justo, equitativo, trabajador y responsable a la par que extrovertido, simpático y con don de gentes, pues podría ser, aunque si falta algo prefiero que sea lo segundo pues lo primero es fundamental, aunque este andrógino perfecto no lo será para todo el mundo, en algún momento tendrá que poner los puntos sobre las íes, poner sobre la mesa las verdades, y la verdad no se lleva bien cuando no sabes escuchar, “no era bueno”, dirán algunos, las utopías se enraízan en la fantasía, no existe el mundo perfecto, aunque estemos en el mejor de los mundos de Popper… igual no es una cuestión referente al jefe.
No hay jefe bueno, ninguno, ni yo mismo, ni los que conozco o conoceré, hay jefes que no tienen nada que reprochar a sí mismos y otros que tratan de ocultar sus miserias bajo una sonrisa; no hay jefe bueno, como no hay un profesor bueno o un padre bueno cuando eres un adolescente. Hay jefes que tratan de hacer las cosas bien y que pueden equivocarse, jefes que trataron de ser ecuánimes y responsables, esos son los jefes necesarios, otra cosa es lo que piensen los demás. Miramos el mundo con nuestros ojos nunca con los ojos de los demás, intentamos hacer un mundo mejor desde nuestro fuero interno nunca con los prejuicios de los demás, el pensamiento es libre y eso no lo podemos cambiar, pero el pensamiento está muy mediatizado, muchas veces no conocemos lo que sucede, muchas veces no sabemos lo que pasa. No hay jefe bueno, hay personas con funciones diferentes a las mías que tratan de hacer las cosas bien.