(Pido prestado el título a mi admirado Norberto Bobbio)
El señor Sánchez es un trabajador recto, correcto, circunspecto, una persona sin doblez aunque también sin alegría, podría pasar por un robot en esas series actuales de televisión que llevan el apellido distopia, un hombre recto, correcto, circunspecto, tan gris que podría perseguir a Momo. Nunca se salía del tiesto porque es como las plantas, no se mueve, recibe órdenes y las acata de manera pulcra, con total limpieza.
Curiosamente el Sr. Sánchez era valorado muy positivamente por su equipo de trabajadores y sus clientes, así que en su rectitud, corrección y circunspección era feliz, feliz porque las órdenes que recibía de su inmediato superior el Sr. Moreno siempre eran las adecuadas, por eso aquel día decidió romper su monotonía, salir de su pequeño despacho de dos por dos metros, insinuar un pequeño saludo a su secretaria y recorrer el pasillo que daba al despacho del Sr. Moreno para agradecer sus atinadas y acertadas instrucciones.
El Sr. Moreno era un trabajador más recto, más correcto y quizás un poco menos circunspecto, muy parecido al Sr. Sánchez, de hecho el tono de gris de sus trajes apenas se distinguían.
Al Sr. Sánchez le congratuló saber que su empresa estaba tan bien dirigida, que todo marchaba perfectamente, porque un prohombre apellidado García sabía perfectamente lo que necesitaban sus trabajadores y sus clientes.
Salieron de su despacho mediano de cuatro por cuatro metros, saludaron a las dos secretarías y recorrieron el angosto pasillo que terminaba en el despacho del Sr. García. El Sr. García era el trabajador más recto, un poco menos correcto y nada circunspecto de toda la empresa, tan parecido al Sr. Sánchez y al Sr. Moreno que sólo el gris oscuro de su traje le distinguía de sus dos subordinados.
Era la primera vez que los Señores Sánchez y Moreno escuchaban ese nombre, cosa sumamente lógica puesto que hasta el día de hoy el Sr. Sánchez tampoco sabía que existía el Sr. García.
Los tres se levantaron de las sillas, el Sr. Sánchez abrió la puerta, salió primero el Sr. García, después el Sr. Moreno y por último el Sr. Sánchez, saludaron discretamente al nutrido grupo de secretarias del Señor García y recorrieron el muy largo pasillo que daba al despacho del Don Oberlín. En el hall del despacho no había secretarías y el mobiliario se reducía a una bandeja debajo de una estrecha rendija cercana al pomo de la puerta, llamaron y nadie abrió, en ese instante una carta se deslizó desde la rendija y cayó a la bandeja, en el dorso podía leerse:
a/a Señor García
Oberlín Smith
Al momento apareció uno de los bedeles, saludó al Sr. García, al Sr. Sánchez y al Sr. Moreno y se marchó por donde vino con la carta en la mano. Volvieron a llamar y nadie siguió sin responder, así que esperaron más de una hora, sus correcciones les impedían molestar al jefe supremo, en ese transcurso de tiempo tres nuevas cartas volaron de la rendija a la bandeja y de la bandeja a la mano del bedel, se repitieron los saludos y el irse por donde vino. Y en esas estaban cuando el Sr. Sánchez innovó, hizo algo inapropiado a su persona, giró el pomo y abrió la puerta lentamente, el Sr. Moreno miró con desaprobación pero como el Sr. García movió la cabeza para buscar algo dentro del despacho, el señor Moreno tornó la desaprobación impostada en curiosidad natural.
Era un despacho grande, muy grande, con ventanales en lugar de paredes desde los que se podía divisar toda la empresa, con sus trabajadores y sus clientes, justo en el centro una especie de telegráfono giraba sin cesar, a él llegaban una infinidad de cables de colores como autopistas inabarcables que venían desde cualquier punto del suelo, en el borde derecho del telegráfono se podía leer en una chapa carcomida “Grabaciones Oberlín Smith”, escucharon un pitido muy parecido al del microondas cuando está terminada la comida, se detuvo el cilindro y se abrió un pequeño cajón que moraba debajo de esa especie de telegráfono, una carta a la atención del Sr. García de Oberlín Smith, el suelo del cajón venció y volcó su contenido en un pequeño automatismo parecido a una mesa de desayuno, la mesita se dirigió hacia la puerta y dejó la carta en la rendija para volver en dos segundos a su estado natural. Unos pasos acercaron a alguien al despacho y, al momento, ese alguien se alejó. El cilindro comenzó otra vez a dar vueltas y los tres se acercaron, pudiendo escuchar sin poner mucha atención todas las conversaciones que se estaban produciendo en la empresa, de los trabajadores con sus clientes, de los trabajadores con los trabajadores y de los clientes con los clientes, era un batiburrillo enrevesado de charlas, sin embargo, una de estas conversaciones se escuchó con mayor nitidez, la palabra mejora claudicó a la boca de un cliente desconocido y percibieron como el telegráfono hacía un ruido diferente, como un marcar de teclas, se detuvo el cilindro, se abrió el cajón y apareció una carta para el Sr. García. Los tres se miraron, el Sr. Moreno aflojó el nudo de su corbata y el Señor Sánchez se perdió entre los ventanales.
Sánchez se despidió de Moreno y de García, abrió la puerta del despacho de Don Oberlín y saludó también con mucha efusividad al bedel que recogía la carta, recorrió los pasillos, preguntó por los hijos a su secretaria, entró en el despacho, cogió sus cosas y salió, buscó una mesa libre entre sus trabajadores y allí se sentó para estupefacción de todos, recto, correcto, circunspecto como él era, empero, ya no parecía tan gris y al menos sonreía.