Al encender la televisión supe que algo saldría mal, un presentimiento, quizás solo un pálpito de esos que casi siempre no tienen sentido y alguna vez resulta coincidir con un presagio, era verano, en la calle hacía el calor o la calor como llamamos por estas lides propias de esta estación en esta ciudad, sin embargo, dentro del despacho hacía frío, creo que yo tenía incluso más frío, estaba mascando la tragedia, comí poco en el almuerzo lo cual tampoco es buena señal, comer poco no me ayuda a pensar, aunque aquel día comer poco o mucho no serviría de nada, se encendió el aparato y marcamos los números para conectarnos a la videoconferencia asignada, éramos dos, aunque podíamos haber sido cien y lo mismo habría dado.
Tardaron, incluso se cambiaron de sala y nos hicieron volver a llamarlos y conectarnos a otro sitio, y se sentaron, y al sentarse ya observé algo extraño en el deambular de papeles de mano en mano, durante el mes había bajado un poco en el resultado de uno de los indicadores, nada, un ápice, incluso conseguimos remontar un comienzo de mes desastroso con unos planes de acción efectivos, era verano y en aquella sala de reuniones hacía demasiado frío, un frío impropio e inapropiado, expuse el resto de los indicadores, las acciones correctoras y cualquier otro suceso sucedido sucesivamente, como la historia, pero aquello no marchaba porque mi interlocutora decidió que no debía marchar, se rio en un par de ocasiones cuando no debía hacerlo y cuchicheo con las personas que tenía a su alrededor, trasladándose más notas que volaban por aquella mesa rectangular, en aquellos instantes los dos que pasábamos frío andábamos descentrados, y como los presentimientos, a veces, son conclusiones subconscientes a las circunstancias colindantes, pasó lo que tenía que pasar, llegué al indicador y lo desarrollé exactamente igual que los demás, mi explicación fue somera y sin aristas, la causa raíz que todos sabíamos, la semana caótica y las acciones correctoras que impusimos para solventarlo, pero a mi interlocutora no le sirvió, así que respondí a su insatisfacción incomprensible con los mismos argumentos que había utilizado y que durante todo el mes habíamos compartido, ellos y nosotros, pero de nuevo no le sirvió, así que volvió a preguntar, a preguntar como preguntó Juan II al condestable Álvaro de Luna en el verano de 1453, como pregunta aquel al que no le interesa lo que se le está contando aunque tenga todo razón, porque no quiere nada, como pregunta el juez que ya tiene tomada una decisión, y entonces sucede que el miedo se apoderó de mí como nunca antes me había sucedido, siempre participé de ese ineludible marco laboral de colaboración entre dos partes que buscan el mismo objetivo, todo estaba competentemente claro, entonces a qué la pregunta, así que en esta tercera ocasión me quedé callado, más por la parálisis que el miedo me causó que por prudencia, callado y esperé que el vendaval pasará por mi casa cerrando la puerta y echando los visillos de las ventanas, pero no fue así, la mujer se levantó y dejó la puerta abierta, pude ver como le decía a alguien que entrara, la puerta abierta de aquella sala transmitida en la televisión, con sorna, con toda la sorna del que no tiene nada que hacer un viernes a las 4 de la tarde salvo eso, y temblé como nunca había hecho, expulsé unas palabras en primera instancia incomprensibles y después una de esas frases que me permitiera revisar ese absurdo por la tarde, que me diera tiempo para comprender la sinrazón, pero de nada me valió nada, y aquella mujer me atizó sin sentido durante más de 10 minutos, como un pelele que un niño golpea y lanza hacia arriba para después darle una patada, creo que ni mi compañero ni todos los que estaban en aquella sala retransmitida comprendieron lo que sucedía, estaba todo tan claro en la primera explicación, todo tan explicado durante el mes, que nadie comprendió como aquella reunión formal en una canícula sevillana calurosa se había convertido en un invierno polar en Reikiavik.
Busqué la salida infinitas veces en mi cerebro y no la encontré, así que cuando se cansó mi mente quedó postergada en algún rincón de aquella sala de reuniones, volvió a reírse aprovechando el cargo que ostentaba, los demás también lo hicieron, supongo que tan ateridos como yo, cortó la comunicación y terminó aquel absurdo e incomprensible castigo público. Mi compañero no dijo nada, se levantó y posó su mano reconfortante en mi hombro izquierdo, salió y me dejó allí solo sabiendo que era lo mejor que podía hacer, estuve diez minutos ensimismado en una frustración que aún ahora no comprendo, pero el miedo duró más tiempo, se alargó durante meses y me enseñó el infierno, casi un año lo tuve siempre que entraba en esa sala una vez al mes, no volvió a suceder, no volví a encontrarme con esa mujer y su virreinato pero el miedo se quedó residiendo dentro de mí y me regaló un coselete que no aprobaba espadas pero que me hacía muy difícil abrir los bolsillos y volver al principio.
El miedo es incompatible con el trabajo, no te ayuda, te atenaza, es un lastre, el miedo no te permite crecer, te arranca la motivación de cuajo, así que un día decidí que no podía alejar de mí a estas personas tóxicas, sobre todo cuando en algunos casos yo pendía de ellas, decidí que no podía cambiar su forma de ser, que mi trabajo bien hecho estaba bien hecho lo dijera ella, él o los cuatro niños de Écija, que yo no podía competir contra los malos días de los demás, con el miedo, pero que si podría hacer de mis días eternidades mejores, y que si a alguien no le satisfacen las respuestas igual son personas a las que no les satisface ninguna respuesta, lo cual no quiere decir que las respuestas no sean las adecuadas. Aquel miedo que se apoderó de mí durante mucho tiempo supe convertirlo en amigo, en advertencia, en preguntas innumerables, a aquel miedo le dije que siguiera conmigo me haría más fuerte contra la confianza, pero ese miedo dejó de ser rey y se convirtió en camarada, lo utilicé para tener respuestas a lo absurdo de otros.
El miedo es incomprensible, el miedo es extranjero, el miedo es una enfermedad en el marco laboral, empresas en las que manda miedo empresas que no funcionan, el que sufre el miedo pone su foso y su castillo de cuarenta almenas, el que lo provoca se vuelve pequeño en su vanidad, el que causa miedo es un ignorante que se cree imprescindible y en las empresas nadie somos imprescindibles.