A mi amigo Javier Piedras, por ofrecerme la mano cuando ya no podía subir montañas.
Esta es la historia de Olin el grande, uno de los pocos escaladores que coronó las más importantes montañas de Noruega en el siglo XIX.
Olin Haraldsen, no nació montañero, nadie nace montañero, profesor e incluso sastre, sus orígenes le avocaban al negocio familiar de la madera, su familia pertenecía a la burguesía más hacendosa de la capital, sin embargo, el niño Olin sintió una propensión natural desde muy pequeño a esas montañas que veía dibujadas en los libros y ya fuera porque ese tipo de cosas viene impreso en el ADN o por mero capricho, buscó la libertad del pájaro y declinó muy pronto el ofrecimiento de su amado padre de seguir la senda de la madera. Olín se enamoró perdidamente de esas montañas con la misma fuerza que un hombre se enamora de una mujer, era de natural impetuoso, extrovertido, buen conversador y sus amigos lo tenían por una excelente persona, como el viento o la nevada, empujado por su naturaleza interior alcanzó la cima de las principales montañas con sólo veinticuatro años, y se convirtió en una celebridad en la país de los fiordos, fue el escalador más joven en coronar el Glittertind o el Galdhøpiggen, sólo le quedaba una montaña por escalar, una montaña que no era la más alta, la más escarpada o la más peligrosa, era una montaña normal, una más de todas las que subió, una montaña que crecía con los zapatos del pueblo de Olden, una montaña similar a cualquier otra, ni más alta, ni más escarpada, ni más peligrosa que alguna que ya subió. Le sorprendió al llegar al pueblo que nadie le conociera, Olín el grande, una figura en el país, ejemplo de hijos perezosos y sueño de niños fantasiosos, mientras sorbía una sopa de pescado en la taberna del pueblo, dos personas jugaban al ajedrez en la mesa colindante, callados, ensimismados en la reina y los peones, la mesonera era una mujer hermosa de trenzas largas de poco más de cuarenta años, agradable al trato y eficaz en sus menesteres porque la sopa estaba francamente buena, se despidió y subió a una de las habitaciones para descansar antes de la subida del día siguiente. Al alba, lo esperaban tres periodistas que vinieron de la ciudad, no era vanidoso, sin embargo, aquel recibimiento le hizo vanagloriarse de una manera inusual, a todo sí, sí a los pocos días, sí a la llegada a la cúspide, sí a todo. Se despidió de aquel equipo de trabajadores de la pluma y avanzó por la montaña como solo avanzan los animales alpinos y se perdió entre las brumas, a los pocos días Olin volvió, cabizbajo, con los ojos perdidos en el horizonte, con las ropas desbaratadas, sangre seca en las palmas de las manos, lo esperaban diez personas, algunos periodistas y algunos seguidores, personas que lejos de decepcionarse, lo animaron y lisonjearon.
Pasaron tres meses y Olín volvió al pueblo de Olden, la tabernera lo saludó antes de tomar nota de su alojamiento, curiosamente los mismos hombres que jugaban al ajedrez la primera vez seguían jugando en la misma mesa, tuvo la sensación de que la partida no había terminado en todos estos meses, esta vez los hombres levantaron la vista y le saludaron también con la mano, él respondió y sonrió, cenó carne y se apresuró a descansar antes de comenzar la escalada a aquella montaña infausta, a las seis de la mañana lo esperaba un cortejo de cincuenta personas, el alcalde del pueblo lo agasajó con flores y Olín agradeció el recibimiento, tomó camino entre las brumas sin la vanagloria de la primera vez, transcurrieron cuarenta y dos días y el día cuarenta y tres una figura famélica regresó al pueblo, el pelo de la barba crecía en los ojos, los labios rotos del frío y le faltaba el dedo meñique de la mano izquierda, el griterío de unos niños provocó un remolino de personas alrededor de Olin, un anciano colocó una manta sobre sus hombros y Olín dejó que no escuchaba se dejó llevar por en el silencio que habitaba en su interior, ingresó en el sanatorio del pueblo aquel mismo día, desde la ventana veía aquella montaña que tanto ya le obsesionaba.
Transcurrieron muchos años y Olín el grande cayó en el olvido, Olin Haraldsen se convirtió en un miembro más de aquella próspera comunidad, cultivó los negocios familiares en aquel pueblo, se casó y el destino le regaló cuatro buenas hijas, a cada una le puso el nombre de una montaña, y a sus cinco mujeres dedicaba las horas del día y del sueño, pero en su interior aquella montaña de Olsen creció insondable, de ser un hombre antiguo la habría convertido en una Diosa, desde el ventanal de su despacho la observaba todos los días, siempre fue un niño enamorado de las montañas. Olín destacó por su bonhomía, ayudó a las familias del pueblo en todo lo que pudo y aquellas personas cambiaron con los años el respeto al montañero famoso por el cariño al vecino bienhechor, amplió el sanatorio y lo convirtieron en un hospital, sufragó la construcción de la nueva escuela e hizo todo eso que se le puede pedir a un hombre de bien y un día, cuando su última hija se marchó de casa, cuando su trabajo ya no era tan necesario y el ardor de la Juventud se había apagado, de manera serena le comento a su venerada mujer que volvería a subir la montaña, ella trató de disuadirlo, sus hijas trataron de disuadirlo, sus vecinos trataron de disuadirlo pero nadie consiguió nada y Olin Haraldsen quiso traer a Olin el grande del olvido, aún seguía siendo un hombre fuerte y con los años había conseguido comprender a la montaña, aquella montaña que no era más alta, ni más escarpada, ni más peligrosa que todas aquellas montañas que había subido.
Y cuando aquella mañana comenzó la subida a la montaña de Olsen nadie lo esperaba para despedirse, no había nadie para hacer una foto o regalarle un presente de flores, sin embargo, no le importó, y avanzó para encontrarse con las brumas que siempre estaban bajas, nubes cimientos del cielo, y entonces, entre las brumas empezó a dibujarse la figura de una multitud y reconoció la cara de su mujer, de sus cuatro hijas y de una anciana tabernera de coletas largas, y después recibió el calor de los abrazos y los besos de todos los habitantes del pueblo de Olsen, de entre la multitud se destacaron desconocidos que se presentaron como alpinistas, Olín reconoció sus caras de algunas fotos de los periódicos, ellos ayudarían a Olín a subir a la cima, el pueblo ayudaría a Olín a subir a la cima… aunque subamos todas las montañas, a veces, necesitamos la mano de otros para superar las adversidades, para subir las montañas que el destino nos presenta, esas montañas que no podemos subir solos.