Hace algún tiempo acudí con un familiar a una tienda de gafas, yo había recomendado esta tienda, no era cualidad de sus dependientes su simpatía en el trato, pero el producto era bueno y bastante más barato que la competencia, y no estamos para regalar dinero a la cortesía, hicieron los estudios pertinentes al familiar, compró la montura y cristales a su gusto dentro del catálogo de la misma tienda y quedaron en llamarnos una semana después, pasaron diez días y ante la ausencia de llamadas volvimos a ponernos en contacto con ellos telefónicamente, nos dijeron que la recepción de los cristales se demoraba una semana más y como tardaba una semana más, tardaron otras dos semanas en llamarnos, cuando acudimos nos recibieron con una actitud más amable que la primera vez y se disculparon pues los cristales no eran por tamaño los que correspondían a las gafas, aceptamos las disculpas y nos marchamos, cuatro semanas después volvieron a llamarnos para decirnos que ya estaban allí los cristales, acudimos y un hombrecillo nos recibió, educado y cariacontecido, nos explicó el proceder de su proveedor de cristales en Alemania y nos volvió a pedir disculpas encarecidas, explicaciones porque los cristales volvían a no ser los que se habían solicitado, esta vez no aceptamos las disculpas y nos quejamos airadamente, dos meses esperábamos lo que ellos decían dar en una semana, tres semanas después volvieron a llamarnos y esta vez sí tenían los cristales, solicitamos hablar con el hombrecillo porque esta vez nadie quiso hablar con nosotros, ya estaban los cristales y el cliente, pensarían, estaba satisfecho, por eso sorprendido por nuestra petición salió de nuevo el hombrecillo, colorado y acalorado, resignado, de cabeza a decapitar y asumió el error como una circunstancia inaudita, le interpelé y no encontré respuestas, así que nos fuimos para no volver.
Me sorprendió, como gestor de equipos desde hace años que busco la satisfacción del cliente por encima de todo, que aquellos hacendosos y agrios bedeles de oftalmólogos no hubieran dispuesto ninguna compensación para la contrariedad, lo bueno del producto se diluyó en la demora, me sorprendió que aquel hombrecillo que decía ser el encargado no hubiera dispuesto o planteado alguna fórmula para que la satisfacción del cliente no se viera mellada, yo había recomendado a mi familiar aquella tienda, fui promotor, anteriormente había comprado gafas allí y es cierto que no tuve problemas más allá de las respuestas mecánicas y sucintas, sí observé una tendencia de la clientela a la baja, y no es que ahora fueran más desagradables que antes en la atención pues no era virtud de ninguno de los que trabajaban allí desde nunca, posiblemente, como nos pasó a nosotros, algunos clientes no encontraron voz o solución a las incidencias lógicas que se pueden plantear, los clientes se cansaron y decidieron no volver pese al precio y la calidad de las gafas. Aquella tienda de mi localidad vendía mucho a ojos legos pero a buen seguro estaban perdiendo muchos clientes por su incapacidad de solucionar salvedades, en nuestro caso perdió a unos cuantos, todos sabemos que un cliente detractor es un cliente con un megáfono.
Me pregunté qué hubiera pasado si esa tienda incluyera compensaciones por las incidencias, si te garantizan tus gafas en una semana y en tres, por ejemplo, no las tienes, se podría devolver un porcentaje del costo total de las gafas, y esto se podría incluir en la misma promoción de la tienda, igual no generamos satisfacción pero podremos amortiguar la insatisfacción y nuestro compromiso con el cliente será mucho más honrado y obtendremos más beneficios.
Como gestor de equipos consideré el desliz centrado en una sola persona, aquel hombrecillo recluido en sí mismo, la atención al cliente por parte de sus dependientes era francamente mejorable, la introducción de fórmulas de compensación era fácilmente vadeable, si no era el dueño de la tienda, podría haberle demostrado a su jefe o jefes con datos el beneficio a obtener sólo con una buena atención al cliente y con una subsanación inmediata de los errores, pues entiendo que estos errores no eran habituales, y el porcentaje de lo compensado era ridículo en comparación con lo que se conseguiría, y entiendo que los errores no eran habituales porque de ser habituales su misma gestión estaba abocada al fracaso al permitir proveedores incompetentes.
En las campañas de telemarketing tenemos que observar con mucho cuidado las incidencias, los errores, las circunstancias adversas que se nos pueden dar, el sistema perfecto no existe, los incidentes en el sistema se dan, un gran producto, con una gran atención al cliente puede perder satisfacción en pequeños orificios y estos pueden convertirse en boquetes o en la falla de San Andrés, cualquier incidencia debe ser estudiada y tenida en cuenta, todos los clientes son importantes, todos, puede ser que un millón de clientes no tengan ningún problema pero uno sí, y ese para nosotros debe ser importante, el más importante, entre otras cosas porque si le sucede a uno le está sucediendo a otros. De momento al cliente con incidencias se le debe compensar, ya será económicamente o en el mimo y seguimiento en la atención, perder a un cliente nos podría suponer perder a muchos más de los que creemos, el detractor nunca es silencioso y además en este momento tiene a su alcance las redes sociales, amortiguar la insatisfacción ese es nuestro objetivo, no podemos quedarnos en el error 404, tenemos que hacer algo. Y por supuesto lo que no queremos es que este cliente sea reincidente, la reincidencia acaba directamente con la vinculación a nosotros.
Queremos fidelizar, que una persona se quede con nosotros porque somos su compañía, su empresa de referencia en ese sector, y tu empresa no es esa que no comete errores sino aquella que cometiéndolos sabe solucionarlos.