Eran veinte, veinte perfectos desconocidos, en una campaña de venta potencial, que es lo mismo que quitar el cuerpo a las personas y de una manera espiritual llamar a una puerta con tu voz para encontrarte con otras voces que no te esperan, veinte en una campaña, y cada uno venía de un sitio, de cinco empresas de trabajo temporal y de la empresa de telemarketing, un cambalache dislocado expresado en distintas formas de ver el mismo trabajo. Así que eran veinte, veinte perfectos desconocidos, dos decenas de condiciones diferentes de trabajo, posiblemente casi castas hindues, no era lo mismo ser un trabajador de la empresa a ser un trabajador de las ETT, la moderna esclavitud subrogada.
Entró el formador, un tipo educado, correcto en las respuestas y agradable en su forma de los contenidos, sin estridencias, de esos agentes que las empresas utilizan para un roto y un descosido cuando no tienen a otro. Comenzó a hablar y le preguntaron por las condiciones contractuales y él respondió con ambigüedades, realmente no tenía las respuestas, también él era un vendedor potencial, vendedor de formaciones, las ambigüedades propiciaron que el más joven de los veinte tomara la puerta y se fuera, que adiós muy buenas, que aquella mañana tendría, seguro, mejores cosas que hacer si lo pensaba.
No pareció muy difícil el portfolio, más difícil me resultó comprender la homogeneidad del perfil de las diecinueve personas que quedaban, el patrón que los unía con el perfil solicitado en esta campaña, y, francamente, no encontré los hilos entre ellos ni con el producto tratado, dos parecían tener alguna experiencia en telemarketing, aunque otros seis habían trabajado en algo relacionado con ventas, uno se denominó asimismo buscavidas, otro vendía vinos, alguno regentó una inmobiliaria y hasta un vendedor de animales exóticos –quien es capaz de vender una iguana a una señora de sesenta años es idóneo para vender teléfonos, no obstante mi razón me llamó y me preguntó si tenían algo que ver las iguanas con los teléfonos-, consideré una tesis positiva, de esas que emanan de los gurús del buenismo, discurrí que los técnicos de las ETT y de la empresa matriz eran milagrosos y habían visto algo en ellos guiados por su estómago, al menos eso debieron ver en mí, porque aunque en el curriculum todo lo que ponía era verdad, aquella guapa moza, apegada a sus brakers más por edad que por estética, no discutió, leyó mi currículum como lo podían hacer esos programas informáticos que parecen sacados de Blade Runner, sin gracia y mérito, mas evitando advertir mi propio proceso selectivo consideré que aquellas dieciocho personas tenían algo en común que yo aún no había conseguido ver y que, comparablemente, todas estaban relacionadas con el perfil que buscaban para aquel producto.
Volvieron a preguntar por las horas y el sueldo y la respuesta se hizo grande en los arcanos del tiempo, por mi parte, sólo podía pensar en las quemaduras que me estaba produciendo en la córnea aquella proyección amarilla que daba una imagen distorsionada de los productos, preocupado por mis córneas no me di cuenta que otras dos personas se marcharon a su casa y a mejor vida.
El segundo día, me ensimismé en el porqué de este madrugón, no tenía otra en pleno atasco de la ronda de circunvalación de mi ciudad, no merecía la pena estos cursos que sirven de subvención y nunca de verdadera oferta laboral, no era suculenta la bolsa, que no es más que un excel en el ordenador de un sin nombre. No fui el único en pensarlo, aquella mañana fría quedábamos quince, quince perfectos desconocidos que ya al menos sabíamos el nombre de la persona que estaba a nuestro lado. Apareció el formador y tenía las mismas ganas que nosotros de estar allí, aprovechó para reír cuando un tipo sentado al lado de una ventana redobló con dos lápices sobre la mesa como si del tamborilero de una banda de cornetas se tratara. El aplicativo era sencillo, aunque el proceso para realizar una venta se me antojó largo, y si a un agente el proceso le parece largo a los clientes siempre les parecen infinitos, nadie está dispuesto a escuchar cuarenta y cinco minutos historias, aunque las historias sean buenas, o incluso cervantinas.
El objetivo de una venta al día mostraba la dificultad del producto, lo cual nunca es un hándicap para un buen vendedor telefónico, sobre todo cuando tiene un buen producto y una buena base de datos, sí tiene el aderezo de buenos coordinadores que refuercen sus carencias hasta convertirlas en virtudes.
El producto no parecía malo, era competitivo, pero los agentes debían no sólo conocerlo sino poder desarrollarlo en el aplicativo de referencia, no parecía lógico que aquellas imágenes amarillas y a distancia fueran un ejemplo de aprendizaje, habría preferido que nos dejaran tocar teclas hasta perdernos en lo proactivo y no en lo inane, como novicios antes de tomar los hábitos. El primer día nos desmotivó las condiciones contractuales, desconocidas e inadecuadas, el segundo día la formación y sus carencias, no se puede saber lo que no se practica, y a todo esto le sumamos una selección de agentes más propia del circo mundial que de una campaña de telemarketing, supongo que esto me habría desmotivado pensando en tiempos pretéritos.
Tercer día de teatrillos rolpleados sin sentido, a diestro y siniestro como la metralleta de un señor del hampa de Chicago de los años treinta del siglo pasado, debí faltar y olvidarme de esto, me cuestioné en mi fuero interno, pero continué por esa inercia mía tan ligada a la obligación. Roleplays que sin dirección se convertían en un mal entremés de un corral de comedias, no se aprendía, nadie sacaba conclusiones, sólo servían de justificación, una obrilla del teatro que se disfruta si no eres el que está encima del escenario. Mi actuación lejos de magistral resultó cuando menos digna y el relajo de ser el primero me alejó de los gurús del buenismo y me acercó a la realidad, a lo inapropiado de los perfiles de televendedores, igual podrían lograr algo de la mitad de los evaluandos, pero eso era tan misterioso que alcancé el tedio y no presté atención a lo que se hacía.
Pasaron varios días tras el curso, y recibí una llamada de mi odiada ETT para incorporarme a aquella campaña, por suerte ya había buscado acomodo en una plataforma de recepción. Varios meses después, supe que aquella campaña para la que me formé había terminado, y no me extrañó, lo que se engendra en el caos da frutos de destrucción, me apenó por los compañeros, los catorce perfectos desconocidos que quedaron y por el tiempo que podrían haber estado con aquel buen producto si desde el principio se hubieran hecho bien las cosas. A nadie se le escapa que las formaciones iniciales son el reflejo de cómo se hacen las cosas en todas los esferas de una campaña, desde el comienzo hasta el final.