Por José Manuel Moreno García
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15 de junio de 2020
Siempre un Caballero inequívoco de sus posibilidades, uno de esos que a las justas iba y volvía victorioso, paladín incombustible de mil desafíos, Caballero de los de antes de los de lanza en astillero, adarga antigua hilvanada con hilos de seda de tienda cara y rocín elegante de crines rizadas que de flaco no tenía, el caballo, ancestros, todos bien comidos y bien cuidados en establos de oro, un Caballero de armadura limpia y plateada, burgués entre los caballeros si eso es posible, pero nuestro protagonista ya no es el que era, de un tiempo a esta parte surge el aprensión por la derrota, esa que nunca tuvo, novedoso miedo en día ceniciento al buscar la montura, un miedo que parecía frío pero estaba dentro, el mismo que aquel de niño cuando su padre lo encerró en el torreón a oscuras, “hijo mío”, le dijo a sus siete años, “un caballero no puede temer lo que no ve”, puso medios y remedios para evitar este miedo inusual, habló con otros caballeros, buscó el confort de la cama y la mujer, la taberna y los prados, los libros y las risas del teatro, pero no mejoró la cosa, así que su Escudero preocupado le confío la dirección de un mago que todo, decía, solucionaba y allí marchó, esperanzado, llamó a la puerta, abrió una señora de mediana edad y modales cuidados y pasó a sentarse en el sillón orejero de una salón decorado con cabezas de jabalís y algún que otro bote de cristal lleno de flores, la espera corta, la señora le invitó a pasar a una habitación más pequeña y, sin embargo, atestada de cosas, entro un hombre, túnica azul, cinto negro, barba cana y recortada, al uso de las modernas peluquerías, amplia sonrisa, “el mago” pensó el caballero, un abrazo como los de su madre fue lo primero, de esos abrazos de amigos que se ven después de un lustro, preguntó, el mago, el motivo de su dolencia, “No sé” dijo el Caballero, “es subirme al caballo y sentir miedo”, “algo sucede porque siempre fui campeón de todas las justas y el miedo nunca perteneció a mi persona”, “ya veo”, dijo el mago, “tiene solución y dependerá de ti”, así que se dirigió a uno de esos rincones donde los Magos tienen botes, botellas, pipetas y frascos que tanto sirven para la alquimia como para destilar whisky, el material no se lustraba de polvo y tela de arañas, tampoco se veían ojos de rana o esas cosas repulsivas de los libros de caballería que cuentan sobre los magos, de un bote sacó una hierba, la machacó en un mortero de mármol y vertió el machacado en un líquido parecido a un zumo de naranjas, “toma” dijo el mago al Caballero, que en sí es un callejón sin salida, pero el Caballero no dudó, bebió de un tirón el menjunje fantástico cual bálsamo de Fierabrás, el mago miró a los ojos del caballero, depositando sus manos sobre los hombros de metal, sonrió y esperó respuesta, al instante el caballero respondió animado, “¡lo noto, siento resurgir las fuerzas dentro de mí y el miedo ha desaparecido!”, se levantó de un salto y abrazó al mago como un niño a su madre, así que rejuvenecido y vigoroso, se despidió del mago, se despidió de la señora y salió, parecía un mundo cambiado, el cielo era más azul, las rosas más rojas y los tulipanes más… bueno del color que sean los tulipanes, que es algo que este narrador no sabe, subido a su caballo de melena rizada se dirigió hacia el estadio donde realizan las justas, saludó al taquillero del vomitorio tres, se colocó en la fila, entró en la arena, saludó a la dama y ganó la lid propuesta y después otra y otra y otra más, exultante, sintió la bendición, “mano de santo”, “pócima maravillosa”, ese día se olvidó de la aprensión y volvió a ser el mismo Caballero de armadura brillante plateada que siempre fue, envidia de hombres y suspiro de algunas mujeres. Transcurrieron unos meses y en uno de esos días de vinos y rosas, su camarada más querida, una caballera, porque en este mundo existen caballeros y caballeras, afligida lloraba, “qué sucede amiga mía”, preguntó el Caballero, “no logró enamorar al príncipe”, dijo la caballera, “he matado diez dragones, me he mostrado dadivosa, soy hermosa y sin embargo, el príncipe ni me mira”, “creo que eso puede tener solución”, rumió el Caballero, sacó de la cota de malla un blog pequeño de esos que tienen impreso un unicornio de colores y un bolígrafo con la adarga antigua de su familia, escribió, arrancó la hoja del blog, se la dio y le dijo, “esta es la dirección de un gran mago que cura todos los males”, la caballera tomó el papel, dejó de llorar y se marchó. Pasaron unos días y se anunció el enlace real, el príncipe se casaría con la caballera, nuestro protagonista se alegró tanto que fue a felicitar a su amiga, un estilista preparaba el tocado de la nueva princesa y una mujer de ojos rajados y kimono rojo le hacía la manicura al estilo flamenco grunge, “cuánta felicidad amiga mía”, afirmó el caballero, “pues todo es gracias a ti mi fiel camarada”, aseveró la caballera, “fue ir al mago y darme ese menjunje anaranjado con esas hierbas y todo cambió”, “anaranjado con unas hiervas”, pensó el Caballero, “qué extraño”, “mas igual ese jarabe sirve para las dos cosas”, “¿Para el desamor y el miedo?”, departió un rato más con su amiga y agradeció la invitación a la boda, cosa que en estos tiempos no es motivo de alegría, es casi como pagar una cuota de la hipoteca del castillo. Pasaron unos meses y la duda se apoderó del caballero, así que un día, cuando la duda se hizo demasiado fuerte, se disfrazó de cambista, lo cual no era difícil, podría ser cambista, tahúr, mesonero o cualquier otra cosa, pero le gustaba lo de cambista por aquello de cambiar de vestido, sólo tendría que quitarse la armadura, ponerse un sombrero grande con una pluma de pato, una capa que le cubriera media cara e impostar la voz haciéndola más grave, y vestido de esta guisa llamó a la puerta del mago, abrió la misma señora de mediana edad de la primera vez, el sillón orejero lo esperaba como la primera vez y entró en la sala de alquimias o whisky como la primera vez, pasó el mago, le dio un abrazo y le preguntó el motivo de su asistencia, todo como la primera vez, “necesito paguen lo que me deben”, dijo el caballero impostor, el mago frunció el ceño, “ya veo” dijo el mago, “tiene solución y dependerá de ti”, se dirigió a un rincón, tomó unas hierbas, las machacó en un mortero y lo vertió en un líquido parecido a un zumo de naranja, clavadito a la primera vez, y helo ahí que antes de removerlo, el caballero se levantó bruscamente y gritó, “engañifa, poderoso truhan, mago de tres al cuarto”, los gritos fueron tan fuertes que la señora de mediana edad entró en la habitación asustada, el mago, tranquilo, le hizo un gesto con la mano y ésta salió, después se dirigió al caballero y le pidió que se sentara, acercó una silla para estar a su lado y comenzó diciendo, “un día llamaron a mi puerta, era una mujer aquejada de un dolor del alma a la que no conocía de nada, como tengo cierta bonhomía y era tarde, la senté en la silla donde tú estás, hablamos, tomó una sopa de naranja con hierbabuena, durmió en una de las estancias y el dolor del alma se marchó tan rápido como vino, no hice nada, porque la cosa tenía solución y dependía de ella, aquella mujer salió de mi casa y difundió el rumor de que yo era un mago maravilloso, un ser taumatúrgico que sanaba cualquier dolencia del alma, así que como soy de natural educado no quise desmentirla, dejarla por mentirosa, y empezaron a llegar personas a mi casa con dolores del alma, personas como tú, personas que tenían la solución a sus problemas en sí mismos y decidí teatralizar la escucha, la mirada, la sopa anaranjada y las frases de confianza, y todos salían contentos, todos confiaron en esto -señalando lo que había en el mortero de Mármol- que no es más que sopa, todos pensaron en su verdad y pensaron que otro había hecho por ellos lo que ellos mismos habían conseguido sin saberlo, la respuesta a los dolores del alma sólo las encuentra uno mismo en su interior, todo depende de ti”, el silencio imperó y a los dos minutos el caballero de cabeza gacha, sonrió, abrazó al mago como a su madre, se levantó, saludó a la señora de mediana edad y se marchó. No hay fórmulas magistrales en la vida, bálsamos de fierabrás, magia o cualquier otra cosa que pensemos no está entre el cielo y el suelo, a veces, nos empecinamos en pensar que otros tienen soluciones que nosotros desconocemos, en el trabajo, en la familia, con los amigos, en el transitar por la calle, en nosotros están las respuestas y casi todas responden al esfuerzo de levantarse y luchar en las justas que la vida nos propone. No hay fórmulas magistrales, pociones, jarabes merlinescos, magos tolkianos… de las palabras de los demás extraemos lo que queremos y conformamos las frases a nuestra manera, con nuestro vértigo vital.