José Sansophia

 Funambulista


       El tubo y la luna surge como necesidad de exteriorizar una perspectiva, mi perspectiva, después de tantos años trabajando en el sector del telemarketing forjo mi propia visión, visión conformada como experiencia vital, esa circunstancia de la que hablaba Ortega y que no es palabra en línea de filósofo mas por el contrario senda sin mapa, mi perspectiva nace y se desarrolla en la atención al cliente, en la correcta atención al cliente.

       Esta necesidad personal quiso expresarse y morir en unas cuantas líneas, quizás en un par de folios y no tenía mayor pretensión que esa, pero como todas las cosas que horadan en el ser viejo del mismo tiempo, cruzó la línea del imaginario y se embarcó en un proyecto que tiene la lógica del ovillo de lana.

       El tubo y la luna es un imaginario para desarrollar la perspectiva, un imaginario, mi imaginario de la relación entre personas que hablan por teléfono, de personas que charlan y se dan la mano, un imaginario de teleoperadores y clientes.

       El tubo y la luna también es parte de lo que siempre he sido, muchas veces versos y otras relatos, es subjetivo, heterodoxo y diferente.

       Estos artículos crecen en el reposo del gestor añejo, cuando no utilizas las armas y sólo las velas, crece en el desdén de la búsqueda y en el pensamiento artesano que quiere contar y aportar con la erudición del mismo aprendizaje. Estos artículos nacen para no olvidar mi dedicación durante más de quince años, mis sinsabores, mis alegrías, mis descubrimientos y mis desvelos.

El tubo y la luna

Por José Manuel Moreno García 28 jul, 2020
A mi amigo Javier Piedras, por ofrecerme la mano cuando ya no podía subir montañas. Esta es la historia de Olin el grande, uno de los pocos escaladores que coronó las más importantes montañas de Noruega en el siglo XIX. Olin Haraldsen, no nació montañero, nadie nace montañero, profesor e incluso sastre, sus orígenes le avocaban al negocio familiar de la madera, su familia pertenecía a la burguesía más hacendosa de la capital, sin embargo, el niño Olin sintió una propensión natural desde muy pequeño a esas montañas que veía dibujadas en los libros y ya fuera porque ese tipo de cosas viene impreso en el ADN o por mero capricho, buscó la libertad del pájaro y declinó muy pronto el ofrecimiento de su amado padre de seguir la senda de la madera. Olín se enamoró perdidamente de esas montañas con la misma fuerza que un hombre se enamora de una mujer, era de natural impetuoso, extrovertido, buen conversador y sus amigos lo tenían por una excelente persona, como el viento o la nevada, empujado por su naturaleza interior alcanzó la cima de las principales montañas con sólo veinticuatro años, y se convirtió en una celebridad en la país de los fiordos, fue el escalador más joven en coronar el Glittertind o el Galdhøpiggen, sólo le quedaba una montaña por escalar, una montaña que no era la más alta, la más escarpada o la más peligrosa, era una montaña normal, una más de todas las que subió, una montaña que crecía con los zapatos del pueblo de Olden, una montaña similar a cualquier otra, ni más alta, ni más escarpada, ni más peligrosa que alguna que ya subió. Le sorprendió al llegar al pueblo que nadie le conociera, Olín el grande, una figura en el país, ejemplo de hijos perezosos y sueño de niños fantasiosos, mientras sorbía una sopa de pescado en la taberna del pueblo, dos personas jugaban al ajedrez en la mesa colindante, callados, ensimismados en la reina y los peones, la mesonera era una mujer hermosa de trenzas largas de poco más de cuarenta años, agradable al trato y eficaz en sus menesteres porque la sopa estaba francamente buena, se despidió y subió a una de las habitaciones para descansar antes de la subida del día siguiente. Al alba, lo esperaban tres periodistas que vinieron de la ciudad, no era vanidoso, sin embargo, aquel recibimiento le hizo vanagloriarse de una manera inusual, a todo sí, sí a los pocos días, sí a la llegada a la cúspide, sí a todo. Se despidió de aquel equipo de trabajadores de la pluma y avanzó por la montaña como solo avanzan los animales alpinos y se perdió entre las brumas, a los pocos días Olin volvió, cabizbajo, con los ojos perdidos en el horizonte, con las ropas desbaratadas, sangre seca en las palmas de las manos, lo esperaban diez personas, algunos periodistas y algunos seguidores, personas que lejos de decepcionarse, lo animaron y lisonjearon. Pasaron tres meses y Olín volvió al pueblo de Olden, la tabernera lo saludó antes de tomar nota de su alojamiento, curiosamente los mismos hombres que jugaban al ajedrez la primera vez seguían jugando en la misma mesa, tuvo la sensación de que la partida no había terminado en todos estos meses, esta vez los hombres levantaron la vista y le saludaron también con la mano, él respondió y sonrió, cenó carne y se apresuró a descansar antes de comenzar la escalada a aquella montaña infausta, a las seis de la mañana lo esperaba un cortejo de cincuenta personas, el alcalde del pueblo lo agasajó con flores y Olín agradeció el recibimiento, tomó camino entre las brumas sin la vanagloria de la primera vez, transcurrieron cuarenta y dos días y el día cuarenta y tres una figura famélica regresó al pueblo, el pelo de la barba crecía en los ojos, los labios rotos del frío y le faltaba el dedo meñique de la mano izquierda, el griterío de unos niños provocó un remolino de personas alrededor de Olin, un anciano colocó una manta sobre sus hombros y Olín dejó que no escuchaba se dejó llevar por en el silencio que habitaba en su interior, ingresó en el sanatorio del pueblo aquel mismo día, desde la ventana veía aquella montaña que tanto ya le obsesionaba. Transcurrieron muchos años y Olín el grande cayó en el olvido, Olin Haraldsen se convirtió en un miembro más de aquella próspera comunidad, cultivó los negocios familiares en aquel pueblo, se casó y el destino le regaló cuatro buenas hijas, a cada una le puso el nombre de una montaña, y a sus cinco mujeres dedicaba las horas del día y del sueño, pero en su interior aquella montaña de Olsen creció insondable, de ser un hombre antiguo la habría convertido en una Diosa, desde el ventanal de su despacho la observaba todos los días, siempre fue un niño enamorado de las montañas. Olín destacó por su bonhomía, ayudó a las familias del pueblo en todo lo que pudo y aquellas personas cambiaron con los años el respeto al montañero famoso por el cariño al vecino bienhechor, amplió el sanatorio y lo convirtieron en un hospital, sufragó la construcción de la nueva escuela e hizo todo eso que se le puede pedir a un hombre de bien y un día, cuando su última hija se marchó de casa, cuando su trabajo ya no era tan necesario y el ardor de la Juventud se había apagado, de manera serena le comento a su venerada mujer que volvería a subir la montaña, ella trató de disuadirlo, sus hijas trataron de disuadirlo, sus vecinos trataron de disuadirlo pero nadie consiguió nada y Olin Haraldsen quiso traer a Olin el grande del olvido, aún seguía siendo un hombre fuerte y con los años había conseguido comprender a la montaña, aquella montaña que no era más alta, ni más escarpada, ni más peligrosa que todas aquellas montañas que había subido. Y cuando aquella mañana comenzó la subida a la montaña de Olsen nadie lo esperaba para despedirse, no había nadie para hacer una foto o regalarle un presente de flores, sin embargo, no le importó, y avanzó para encontrarse con las brumas que siempre estaban bajas, nubes cimientos del cielo, y entonces, entre las brumas empezó a dibujarse la figura de una multitud y reconoció la cara de su mujer, de sus cuatro hijas y de una anciana tabernera de coletas largas, y después recibió el calor de los abrazos y los besos de todos los habitantes del pueblo de Olsen, de entre la multitud se destacaron desconocidos que se presentaron como alpinistas, Olín reconoció sus caras de algunas fotos de los periódicos, ellos ayudarían a Olín a subir a la cima, el pueblo ayudaría a Olín a subir a la cima… aunque subamos todas las montañas, a veces, necesitamos la mano de otros para superar las adversidades, para subir las montañas que el destino nos presenta, esas montañas que no podemos subir solos.
Por José Manuel Moreno García 15 jun, 2020
Siempre un Caballero inequívoco de sus posibilidades, uno de esos que a las justas iba y volvía victorioso, paladín incombustible de mil desafíos, Caballero de los de antes de los de lanza en astillero, adarga antigua hilvanada con hilos de seda de tienda cara y rocín elegante de crines rizadas que de flaco no tenía, el caballo, ancestros, todos bien comidos y bien cuidados en establos de oro, un Caballero de armadura limpia y plateada, burgués entre los caballeros si eso es posible, pero nuestro protagonista ya no es el que era, de un tiempo a esta parte surge el aprensión por la derrota, esa que nunca tuvo, novedoso miedo en día ceniciento al buscar la montura, un miedo que parecía frío pero estaba dentro, el mismo que aquel de niño cuando su padre lo encerró en el torreón a oscuras, “hijo mío”, le dijo a sus siete años, “un caballero no puede temer lo que no ve”, puso medios y remedios para evitar este miedo inusual, habló con otros caballeros, buscó el confort de la cama y la mujer, la taberna y los prados, los libros y las risas del teatro, pero no mejoró la cosa, así que su Escudero preocupado le confío la dirección de un mago que todo, decía, solucionaba y allí marchó, esperanzado, llamó a la puerta, abrió una señora de mediana edad y modales cuidados y pasó a sentarse en el sillón orejero de una salón decorado con cabezas de jabalís y algún que otro bote de cristal lleno de flores, la espera corta, la señora le invitó a pasar a una habitación más pequeña y, sin embargo, atestada de cosas, entro un hombre, túnica azul, cinto negro, barba cana y recortada, al uso de las modernas peluquerías, amplia sonrisa, “el mago” pensó el caballero, un abrazo como los de su madre fue lo primero, de esos abrazos de amigos que se ven después de un lustro, preguntó, el mago, el motivo de su dolencia, “No sé” dijo el Caballero, “es subirme al caballo y sentir miedo”, “algo sucede porque siempre fui campeón de todas las justas y el miedo nunca perteneció a mi persona”, “ya veo”, dijo el mago, “tiene solución y dependerá de ti”, así que se dirigió a uno de esos rincones donde los Magos tienen botes, botellas, pipetas y frascos que tanto sirven para la alquimia como para destilar whisky, el material no se lustraba de polvo y tela de arañas, tampoco se veían ojos de rana o esas cosas repulsivas de los libros de caballería que cuentan sobre los magos, de un bote sacó una hierba, la machacó en un mortero de mármol y vertió el machacado en un líquido parecido a un zumo de naranjas, “toma” dijo el mago al Caballero, que en sí es un callejón sin salida, pero el Caballero no dudó, bebió de un tirón el menjunje fantástico cual bálsamo de Fierabrás, el mago miró a los ojos del caballero, depositando sus manos sobre los hombros de metal, sonrió y esperó respuesta, al instante el caballero respondió animado, “¡lo noto, siento resurgir las fuerzas dentro de mí y el miedo ha desaparecido!”, se levantó de un salto y abrazó al mago como un niño a su madre, así que rejuvenecido y vigoroso, se despidió del mago, se despidió de la señora y salió, parecía un mundo cambiado, el cielo era más azul, las rosas más rojas y los tulipanes más… bueno del color que sean los tulipanes, que es algo que este narrador no sabe, subido a su caballo de melena rizada se dirigió hacia el estadio donde realizan las justas, saludó al taquillero del vomitorio tres, se colocó en la fila, entró en la arena, saludó a la dama y ganó la lid propuesta y después otra y otra y otra más, exultante, sintió la bendición, “mano de santo”, “pócima maravillosa”, ese día se olvidó de la aprensión y volvió a ser el mismo Caballero de armadura brillante plateada que siempre fue, envidia de hombres y suspiro de algunas mujeres. Transcurrieron unos meses y en uno de esos días de vinos y rosas, su camarada más querida, una caballera, porque en este mundo existen caballeros y caballeras, afligida lloraba, “qué sucede amiga mía”, preguntó el Caballero, “no logró enamorar al príncipe”, dijo la caballera, “he matado diez dragones, me he mostrado dadivosa, soy hermosa y sin embargo, el príncipe ni me mira”, “creo que eso puede tener solución”, rumió el Caballero, sacó de la cota de malla un blog pequeño de esos que tienen impreso un unicornio de colores y un bolígrafo con la adarga antigua de su familia, escribió, arrancó la hoja del blog, se la dio y le dijo, “esta es la dirección de un gran mago que cura todos los males”, la caballera tomó el papel, dejó de llorar y se marchó. Pasaron unos días y se anunció el enlace real, el príncipe se casaría con la caballera, nuestro protagonista se alegró tanto que fue a felicitar a su amiga, un estilista preparaba el tocado de la nueva princesa y una mujer de ojos rajados y kimono rojo le hacía la manicura al estilo flamenco grunge, “cuánta felicidad amiga mía”, afirmó el caballero, “pues todo es gracias a ti mi fiel camarada”, aseveró la caballera, “fue ir al mago y darme ese menjunje anaranjado con esas hierbas y todo cambió”, “anaranjado con unas hiervas”, pensó el Caballero, “qué extraño”, “mas igual ese jarabe sirve para las dos cosas”, “¿Para el desamor y el miedo?”, departió un rato más con su amiga y agradeció la invitación a la boda, cosa que en estos tiempos no es motivo de alegría, es casi como pagar una cuota de la hipoteca del castillo. Pasaron unos meses y la duda se apoderó del caballero, así que un día, cuando la duda se hizo demasiado fuerte, se disfrazó de cambista, lo cual no era difícil, podría ser cambista, tahúr, mesonero o cualquier otra cosa, pero le gustaba lo de cambista por aquello de cambiar de vestido, sólo tendría que quitarse la armadura, ponerse un sombrero grande con una pluma de pato, una capa que le cubriera media cara e impostar la voz haciéndola más grave, y vestido de esta guisa llamó a la puerta del mago, abrió la misma señora de mediana edad de la primera vez, el sillón orejero lo esperaba como la primera vez y entró en la sala de alquimias o whisky como la primera vez, pasó el mago, le dio un abrazo y le preguntó el motivo de su asistencia, todo como la primera vez, “necesito paguen lo que me deben”, dijo el caballero impostor, el mago frunció el ceño, “ya veo” dijo el mago, “tiene solución y dependerá de ti”, se dirigió a un rincón, tomó unas hierbas, las machacó en un mortero y lo vertió en un líquido parecido a un zumo de naranja, clavadito a la primera vez, y helo ahí que antes de removerlo, el caballero se levantó bruscamente y gritó, “engañifa, poderoso truhan, mago de tres al cuarto”, los gritos fueron tan fuertes que la señora de mediana edad entró en la habitación asustada, el mago, tranquilo, le hizo un gesto con la mano y ésta salió, después se dirigió al caballero y le pidió que se sentara, acercó una silla para estar a su lado y comenzó diciendo, “un día llamaron a mi puerta, era una mujer aquejada de un dolor del alma a la que no conocía de nada, como tengo cierta bonhomía y era tarde, la senté en la silla donde tú estás, hablamos, tomó una sopa de naranja con hierbabuena, durmió en una de las estancias y el dolor del alma se marchó tan rápido como vino, no hice nada, porque la cosa tenía solución y dependía de ella, aquella mujer salió de mi casa y difundió el rumor de que yo era un mago maravilloso, un ser taumatúrgico que sanaba cualquier dolencia del alma, así que como soy de natural educado no quise desmentirla, dejarla por mentirosa, y empezaron a llegar personas a mi casa con dolores del alma, personas como tú, personas que tenían la solución a sus problemas en sí mismos y decidí teatralizar la escucha, la mirada, la sopa anaranjada y las frases de confianza, y todos salían contentos, todos confiaron en esto -señalando lo que había en el mortero de Mármol- que no es más que sopa, todos pensaron en su verdad y pensaron que otro había hecho por ellos lo que ellos mismos habían conseguido sin saberlo, la respuesta a los dolores del alma sólo las encuentra uno mismo en su interior, todo depende de ti”, el silencio imperó y a los dos minutos el caballero de cabeza gacha, sonrió, abrazó al mago como a su madre, se levantó, saludó a la señora de mediana edad y se marchó. No hay fórmulas magistrales en la vida, bálsamos de fierabrás, magia o cualquier otra cosa que pensemos no está entre el cielo y el suelo, a veces, nos empecinamos en pensar que otros tienen soluciones que nosotros desconocemos, en el trabajo, en la familia, con los amigos, en el transitar por la calle, en nosotros están las respuestas y casi todas responden al esfuerzo de levantarse y luchar en las justas que la vida nos propone. No hay fórmulas magistrales, pociones, jarabes merlinescos, magos tolkianos… de las palabras de los demás extraemos lo que queremos y conformamos las frases a nuestra manera, con nuestro vértigo vital.
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